viernes, 15 de septiembre de 2006

La Marca del Muerto

Vuelvo al trabajo después de la resaca de Año Nuevo. Soy trendhunter. Cazadora de tendencias. Una profesión demasiado superficial para presentarla investida de aspiraciones tan profundas. Pero ¿qué parte del ser humano no es superficial, mientras tenga que alimentarse con sus manos? Y ¿qué parte del ser humano no es profunda, mientras su mente interfiera en todo lo que hace?

No hay normas para vestir bien en el Mundo Libre. Ninguna elegancia se puede esperar de un sonámbulo delante del espejo. Los estilos se superponen sin escrúpulos, rayas sobre estampados, topos entre cuadros. Es la anarquía de los restos de temporada y las prendas deportivas, la eternidad del revival y el vintage. Es la victoria del vestuario casual y los tejidos sintéticos, la esterilidad y la desidia como único fondo de armario.

Igual que prescinde del buen gusto para sus salidas nocturnas, el sonámbulo carece de moral. Todo lo que hace o dice en su vida puede ser objeto de chiste, o bien olvidado para siempre. Incluso la propia muerte.

Es hora de invitarle al desfile de una nueva temporada presidida por la estética del terror. Pero antes de cortar la tela hace falta un patrón, antes de acometer la sangría del organismo enfermo es preciso trazar una línea moral. Una colección de derechos y obligaciones que conceda sentido al conjunto de mis actos.

La primera de las normas de etiqueta recoge la causa: la marca del muerto. La segunda norma admite un método. La necesidad de actuar, dice la tercera, descarta el arrepentimiento. La cuarta norma apela a la responsabilidad; la quinta al rigor; la sexta y la séptima a la justicia. La última muestra la última de mis debilidades.

Esta es la cortesía, la doctrina, la etiqueta de Chelo Insania. Nada que el tiempo no pueda convertir en algo magnífico o despreciable.