sábado, 25 de julio de 2009

Muerte a Raza Nogal

Felicito al comisario Santisteban por su discurso. Para muestra, un botón: el broche con dedo de plástico sustituye a las chapas decoradas. Renovación y beligerancia. ¡No se enfade con él, Tanako! Sin micrófonos y escuchas yo no podría contar esta historia. Escuche cómo continúa: Chelo Insania disfruta un té verde sin azúcar en el aeropuerto del Prat, cuando le aborda una desconocida...

—¿Puedo sentarme?

Levanto la cabeza del periódico. Junto a la silla libre hay una mujer con capa de terciopelo y largo pelo rubio apoyada en un bastón. Llama la atención el extraño gorro de paño con relieves heráldicos.

—Está ocupada —digo volviendo la página que estaba leyendo.

La mujer toma asiento como si no me hubiera oído. Hace un gesto al camarero y pide agua mineral con gas.

—Nada de alcohol mientras trabajo —explica. Suficiente para hacerme cerrar el periódico:

—Que me aspen si no está deseando contármelo. ¿En qué trabaja usted?

—De ocho a tres muevo papeles en un ministerio y tal. A nivel de leer circulares de los sindicatos, advertir a los interinos sobre la velocidad a la que se debe funcionar, etcétera.

—Son las diecinueve treinta. ¿A qué se dedica a estas horas?

—Por la tarde soy asesina a sueldo. Como usted, pero sin ética ni estética.

—¿Quién las necesita mientras cobra un sueldo? Dígame, ¿quién le ha contratado?

—Mi pagador aprecia el tema del anonimato y tal, usted ya sabe las ventajas de ese tema. A ese nivel tiene enemigos peligrosos, señora Insania.

Dado que ella conoce mis niveles y mis temas, me interesa saber su nombre. Y su nombre es Rolanda Matacanes.

—Supongo que me ha seguido desde Londres.

—Casi la pierdo en Heathrow al bajar del taxi y tal. Ha cambiado de disfraz un par de veces, pero soy la mejor en mi trabajo.

—¿En cual de ellos?

—En el de la tarde, por supuesto. Ser la mejor funcionaria no es la mejor idea.

Rolanda Matacanes señala con el bastón hacia la bolsa de deporte que tengo a mis pies, de donde asoma el mango de una raqueta.

—¿Eso es lo que creo que es?

—El brazo izquierdo de Raza Nogal. El resto lo he enterrado en la pista central de Winbeldom, para que haga crecer la hierba.

—No se puede ser bueno en todo, ¿verdad?

—Su atuendo fuera de pista, que me aspen, era suficiente para matarlo. Yo quería eliminar a su estilista pero, no se lo va a creer, ¡se compraba esos jerséis tan feos él mismo!

—Y a nivel de precio y tal, seguro que no eran baratos...

—No se puede ganar en todas las superficies.

El camarero sirve el agua mineral con gas. Las burbujas susurran hasta que volvemos a quedarnos a solas.

—Me divierte el tema, señora Insania, pero vengo a trabajar. Le estoy apuntando al estómago con una escopeta. Dentro de treinta segundos llamaré al camarero para que friegue sus tripas del suelo.

—Ahórrese la pólvora, vomité las tripas hace tiempo.

—Claro, he leído los primeros capítulos del blog y tal, para ir conociendo a mi presa. En el ministerio tenemos mucho tiempo. A la hora del desayuno compré esta escopeta y le serré los cañones.

—¿Tienen una hora para el desayuno?

—Voy a disparar.

—¿Quién hay detrás de esto?

La respuesta de la funcionaria sicaria es accionar el gatillo. El disparo a quemarropa me tira de la silla, vuela las hojas del periódico, llena la cafetería de gritos y carreras... Rolanda Matacanes deja tranquilamente el arma sobre la mesa, da un sorbo a su agua mineral, y se levanta para comprobar que estoy muerta. Pero todavía no estoy muerta.

Cuando utiliza el bastón para apartar las hojas de periódico y tocarme el abdomen, el abdomen devuelve un sonido metálico. Ella todavía no lo sabe pero existe una explicación: debajo del abrigo llevo la ensaladera de plata de la copa Deibis, abollada por dos balines. Aprovechando el factor sorpresa tiro del bastón, pero la sorpresa es que me quedo con él en la mano. El bastón es la funda de un estoque de acero, con el que Rolanda intenta ensartarme. Lo clava en la ensaladera, lo clava en el suelo, justo donde un segundo antes estaba mi cabeza.

—¡Estás en mi lista, Insania!

Empieza el juego. Saco la raqueta de tenis de la bolsa y le asesto un contundente primer servicio. Quince nada. El siguiente golpe de Rolanda consigue herirme en el brazo, arruinando una blusa de moaré. Quince iguales. ¡El estoque tiene el filo de un bisturí! Utilizo la ensaladera como escudo y le vuelo el gorro heráldico con un revés. Treinta quince. Ella hace rodar su capa con un baile de espadachín y me lanza una patada con su bota de montar. Iguales a treinta. ¿De dónde viene la sirena? La patrulla del aeropuerto interrumpe el Grand Slam apareciendo sobre uno de esos coches eléctricos.

—¡Alto, policía!

El juego ha terminado. Rolanda Matacanes escapa a través de la cocina, yo encuentro una ventana abierta en el servicio. Deuce.