miércoles, 4 de febrero de 2009

Muerte a Donalds McRonal

¿Sabe cómo llaman en Francia al Pig Mac? Le Pig Mac. No soy abogada, pero debe haber leyes a favor del exterminio de los payasos. Los payasos asustan a los niños. Los payasos, con sus sonrisas falsas y sus bromas apolilladas, llevan la tristeza a cualquier fiesta.

Donalds McRonal acelera el paso en esta noche de Lyon, volviéndose sobre el hombro para la medir la distancia que le separa del monstruo. Lleva esos zapatos gigantes y rojos con los que resulta complicado huir cuando se trata de salvar la vida. ¿Qué demonios le persigue? Parece... una alcachofa, una monstruosa alcachofa con zapatos de Coralina Hortera —Je suis désolé, eran los únicos de la tienda que pegaban con el tono verde del disfraz.

La luna flota como un espíritu. Parece mentira que tenga un corazón de hierro de 300 kilómetros de diámetro. Donalds McRonal logra escabullirse por los callejones del corazón del barrio de la Croix-Rousse. Pero la alcachofa no va a permitir más errores, sobre todo después de que Twenty Tararino consiguiera eludir su sentencia de muerte:

Avez-vous vu le clown?

El borracho ni siquiera contesta. Le da el último trago a su Beaujolais nouveau y arroja la botella contra la alcachofa, para escapar por uno de los traboules peatonales que horadan el casco antiguo. La noche se mueve alrededor como un Ródano en calma. El único establecimiento abierto es una lavandería autoservicio 24 horas, con un discreto neón parpadeante al otro lado de la calle. De repente, un taxista de regreso a casa pasa a toda velocidad por encima de un zapato rojo de la talla 65.

La alcachofa cruza de acera y entra en la lavandería. Aunque varias de las máquinas están funcionando, no hay más que un par de universitarios que levantan la cara de las revistas. El brillo de los filos de las dagas hace que suelten las revistas y corran hacia la puerta. Ya estamos a solas, payaso. Vas a pagar por el desequilibrio nutricional de todos esos menús cocinados por adolescentes irresponsables en deficientes condiciones higiénicas. ¿Dónde te has escondido? La alcachofa recorre la tienda entre dos hileras de lavadoras trepidantes. Una de ellas tiene la puerta entreabierta, así que la empuja con el trasero hasta que se cierra. Envaina las dagas. Pone detergente en el cajón, añade suavizante. Selecciona un programa largo e introduce suficientes monedas como para centrifugar el resto de la noche. A través del ojo de buey del tambor, alcanza a ver una sonrisa pintada sobre un rostro descompuesto. La cara del payaso empieza a girar mientras el tambor se llena de agua jabonosa.

Ahora la imagino a usted, Tanako, de vuelta en su despacho de Lyon tras la estancia en el hospital. Echa una mirada a los expedientes que tiene sobre la mesa con la sensación de que todo está exactamente como lo dejó. Pero no todo: la mano mutilada se retira del teléfono cuando aparece por la puerta el teniente Friendy.

—Bienvenida a casa, jefa. ¿Cómo está?

“Furiosa”, está apunto de contestar. Pero dice:

—Ansiosa de volver al caso. ¿Qué lleva usted ahí?

Friendy baja la cabeza como si acabara de recordarlo:

—Me... acaban de pasar esta nota de... los chicos de homicidios.

—¿Insania?

—Presuntamente. Escuche: “Alcachofa asesina mascota de importante cadena de hamburgueserías”.

—Lo sospechaba.

—¿Lo sospechaba?

—Que esa chiflada era vegetariana. ¿Dónde?

—Aquí, en Lyon.

—¿En nuestras propias narices? ¿Quién es la víctima?

—¿Se acuerda... de aquel anuncio de detergente donde lavan la ropa de dos payasos? Una de las dos coladas sigue intacta después de treinta lavados, pero...

—La del payaso contento.

—Exacto, jefa. La víctima parece ser el otro.