martes, 16 de octubre de 2007

Muerte a Doriam Gay

Londres, 1890. Se acaban de escuchar un grito y el golpe de una caída. Dos caballeros que pasan por la Grosvenor Square se detienen ante la residencia. En la planta de abajo, al otro lado de la oscuridad de la escalera, la servidumbre enciende lámparas y abandona el lecho para pedir ayuda. Pero ¿existe medicina para el mal de Doriam Gay?

¡Que muera el hombre y sobreviva su conciencia! Ha sido mi mano la que ha salido de las sombras del estudio para detener el cuchillo que iba a rajar el cuadro. Mi mano la que ha reconducido la trayectoria de la hoja hasta el corazón del hombre que ofreció su alma como modelo. ¿Dónde se ocultaba la intrusa? Tal vez… detrás del raído tapiz flamenco desde donde atestigua un grupo de halconeros con aves enmascaradas en sus manoplas.

Esta escena que olvidó escribir el autor no cambia el final de la novela: el protagonista es apuñalado cuando pretendía destrozar el lienzo regalo de su querido Basil, con el mismo cuchillo que dio muerte al artista. La juventud y la belleza regresan a la pintura, y el cadáver de Doriam Gay se convierte en un cuerpo envejecido, repugnante como el alma que contuvo.

Ahora me detengo delante del retrato, admiradora de la hermosura del rostro y el libro que cuenta su historia. Es momento para leer a Oscar Wilde, legítimo dueño de esta casa y todo cuanto me rodea: Sucede con frecuencia que las verdaderas tragedias de la vida ocurren de una manera tan poco artística que nos hieren con su violencia cruda, su total incoherencia, su absurda falta de significado, su absoluta carencia de estilo. Nos afectan igual que la vulgaridad, nos causan una sensación de pura fuerza bruta, y nos rebelamos contra eso. Alguna vez, sin embargo, se cruza en nuestras vidas Chelo Insania, una tragedia que posee elementos artísticos y belleza.

Ahora, tan cerca del final, en la intimidad del estudio y a la luz de una vela, me atrevo volver hacia atrás las páginas del libro para detenerme a recitar el prefacio, tal como debiera haberlo escrito el dramaturgo:

El asesino es creador de la belleza. Revelar el crimen y ocultar al asesino es el fin del asesinato. El testigo es quien puede interpretar de manera distinta o con nuevos materiales la belleza de la muerte. La forma más elevada de la interpretación, y la más rastrera, es un tipo de autobiografía.

Los que encuentran significados ruines en muertes hermosas están corruptos sin elegancia, lo que es un defecto. Quienes descubren significados bellos en muertes hermosas son espíritus cultivados. Para ellos hay esperanza. Son los elegidos, para los que las muertes hermosas sólo significan belleza.

No existen blogs morales o inmorales. Los blogs están bien o mal escritos. Eso es todo. La afición de este siglo por el surrealismo es la rabia de Calibán al verse la cara en el espejo. La afición de este siglo por el eclecticismo es la rabia de Calibán al no verse la cara en un espejo.

La vida moral de la víctima forma parte de los temas del asesino, pero la moralidad del asesinato consiste en hacer uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún asesino desea probar nada. Incluso las verdades pueden probarse.

El asesinato carece de preferencias morales. Una preferencia moral en un asesino es un imperdonable amaneramiento de estilo. Ningún asesino es morboso jamás. El asesino es capaz de expresarlo todo. Pensamiento y lenguaje son para el asesino instrumentos de su arte. El vicio y la virtud son para el asesino materiales de su arte. Desde el punto de vista de la forma, el modelo artístico de todos los asesinatos es la ejecución del violonchelista. Desde el punto de vista del sentimiento, el modelo es el talento del actor.

Todo asesinato es al mismo tiempo forma y símbolo. Los que trascienden la forma se exponen a las consecuencias. Los que descifran el símbolo se exponen a las consecuencias. El testigo, y no la vida, es el reflejo del asesinato.

La diversidad de opiniones sobre un crimen demuestra que la muerte es nueva, compleja y vital. Cuando los testigos disienten, el asesino está de acuerdo consigo mismo. Al criminal podemos perdonarle una muerte útil, siempre que no la admire. La única excusa de un crimen inútil es admirarlo con intensidad. Toda muerte es completamente inútil.