martes, 14 de octubre de 2008

Muerte al Niño Bonito

Muy elegante el luto de su gabardina negra, agente especial Tanako, si no fuera por el complemento de las zapatillas de tenis. Cuando amenazaba usted con detenerme a cualquier precio —una frase conmovedora— no imaginaba lo caro que lo iba a pagar. La emboscada del cementerio —un despliegue policial sin precedentes— se ha saldado con tres muertos, un ridículo bochornoso y un escándalo internacional. Los cadáveres de Vim Vartom y su secretario han sido repatriados a Estados Unidos. El tercer cuerpo, ahora lo sé, me reservaba una sorpresa, ya que no se trataba de un guardaespaldas como supuse la noche de París. De noche todos los gatos son leopardos. No se enfade jefa, nunca ha estado tan cerca de atraparme. La policía francesa dedicó la noche a remover cada piedra; pero las piedras grandes no las removieron, y lo que buscaban estaba agonizando debajo de una losa, en compañía de la magdalena de Marcel Proust.

Pienso todo esto mientras la veo a usted subir, gravada por el luto, los escalones que llevan a la tarima del panegírico. La capilla acoge una pequeña multitud que me permite poner en práctica otro de mis disfraces. Pero silencio….

—Cuando amenacé a Chelo Insania con detenerla a cualquier precio, no imaginaba lo caro que lo iba a pagar. Hoy asistimos al funeral de un compañero, al que todos los presentes conocíamos y queríamos. Hace unos días era un muchacho lleno de ilusiones y lleno de vida, su juventud prometía una exitosa carrera. Pero una asesina sin corazón nos, perdón, nos ha arrebatado todo eso.

¡El ayudante inseparable! ¡El Niño Bonito! Le asignó usted la misión de acompañar a Vim Vartom y su secretario, para supervisar la captura de Chelo Insania. ¡Qué peligrosa ocurrencia, Tanako! ¡Qué mala idea! Chelo Insania le asignó una estaca de madera en el estómago, dejando que se desangrara junto a la tumba de Oscar Wilde. Pero shhhh…

—Asumo la responsabilidad de esta desgracia, aunque no me resigno a aceptarla. Vamos a recibir refuerzos de Londres. Quiero anunciar hoy aquí, delante de los familiares y amigos de nuestro compañero, que la Brigada de Amenazas va a redoblar el esfuerzo para capturar a la desalmada y repugnante asesina. En cuanto a mi, juro que no descansaré hasta que esa, perdón, esa mujer, responda ante la justicia por todos y cada uno de sus crímenes. Este es mi compromiso con nuestro compañero, con la Interpol, y con la ciudadanía.

Amén. ¿No sospecha usted que asisto al funeral, querida Tanako? Piénselo. ¿Qué siniestro interés puedo tener en perturbar esta ceremonia privada con mi presencia? Ninguno, claro. Piénselo mientras contiene usted las lágrimas, mientras los compañeros se van acercando para darle a usted el pésame.

—Puede estar orgullosa de él —digo ahora con su mano entre las mías.

Puede estar orgullosa, Tanako, pues su edecán murió en un duelo justo. El Niño Bonito disparó su revolver y yo disparé mi ballesta. Orgullosa, porque el único disparo que hizo dio en el blanco, aunque la trayectoria se fuera baja y la bala me atravesara el muslo. A duras penas pude contener la hemorragia, esa noche interminable en París, y la tumba del escritor francés casi se convierte en la mía.

Ahora siga, siga usted saludando a los asistentes, sin ocasión de preguntar quién es el anciano señor del sombrero borsalino y la barba, el que acaba de acompañarle en el sentimiento, aquél que abandona la capilla en silla de ruedas. No sospecha usted de él, claro, porque aún no ha leído esta página donde descubro que estoy herida, porque no atiende a esa voz que susurra desde el más allá: “No se enfade jefa, se nos ha vuelto a escapar”.