jueves, 5 de marzo de 2009

Muerte a Troya

No daré su verdadero nombre, prefiero llamarla Troya: el nombre del asedio, el engaño, el sufrimiento, el nombre de una tierra desaparecida. No mostraré su última fotografía, prefiero recordarla con el aspecto de una niña: ajena a los celos, la perfección física y el veneno de Joy Pachinko.

Troya era periodista. Recorría el mapa durante largas temporadas, redactando guías de viaje para Lovely Planet. Después de perderla en Grecia durante meses le ofrecieron China, así que yo también hice mi oferta: dejar el mundo de la moda para recorrer el mundo a su lado. Yo la maté, ahora lo veo, la maté al aceptar que declinara mi invitación para hacer lo contrario.

Una conocida mía, entonces directora de VAGUE, le consiguió un puesto en la redacción de la revista. En vez de recorrer su mundo juntas la arrastré hasta el mío. ¿Qué nos pasó? Empezamos a pelear como gatas todas las noches. ¿Celos? Ella no podía escuchar esa palabra. Y sin embargo se obsesionaba conmigo rodeada de maniquíes. Que me aspen, ¡esas chicas eran mi trabajo! Para cuando descubrí su dieta a base de agua mineral y manzanas, su cara se había convertido en un retrato de la muerte. La obligué a ver psicólogos y médicos. La obligaron a alimentarse a través de una sonda nasogástrica. ¿No sabe usted lo que es, querida Tanako? Tiene usted suerte. Yo lo aprendí en el hospital mientras Troya se cansaba de luchar. Se rindió en menos de un año y abrió las puertas al invasor. Pero hacía tiempo que tenía dentro el enemigo. El caballo de Troya ocultaba a Joy Pachinko.

—Me fascina su broche —dice el dependiente de la tienda— ¿Es un Miyaki?

—No —respondo devolviéndole el bolso—, es un Sasanga.

¿Debería odiar la moda después de lo que pasó? Los escaparates no son malos, el mal acaso infecta nuestra manera de mirar. Un conocido diseñador —que descubre mi broche en algún encuentro social— deja que su creatividad se impregne de la idea. Así que su colección de otoño se llena de broches con dedos de vinilo; collares de pálidas falanges; botones, diademas y pendientes con secciones del meñique... ¿Estamos locos en el Mundo Libre? ¿Se puede poner de moda el dedo amputado? El salto a la calle es cuestión de semanas. Los reyes del prêt-à-porter pronto reproducen pulgares, anulares, corazones, para lanzarlos como complemento estrella. En marketing lo llamamos popularize. Cuando las cadenas de Zora y H&N recogen la tendencia, los jóvenes más modernos sustituyen las chapas decoradas de sus cazadoras y bolsos por broches con dedos de plástico. ¿Hay algo más irracional que la moda, ese animal salvaje que siempre encuentra un nuevo camino?

Debe ser duro para usted ver por todas partes copias del dedo que le falta. Es duro para mí ver copias de la mujer que me falta. Admito que pienso a menudo en Troya, pero no con tristeza. Cada vez que la siento levanto una daga y me corto un dedo del pie. Perdí los dos meñiques y desde entonces no he vuelto a llorar.