sábado, 18 de octubre de 2008

Muerte a Stephan Hauqueens

El profesor me recibe en su horario semanal de tutoría, una de las obligaciones de la cátedra Lucasiana de la Universidad de Cambrigde, que una vez ocupó Sir Isaac Newton. He suplantado la personalidad de Betsy Barton, la más guapa de sus alumnas de matemáticas. Llevo una cazadora de béisbol con mangas blancas, coletas y minifalda, lo que ha llamado bastante la atención en el vestíbulo. Pero no menos que mi silla de ruedas.

Explico al profesor que la venda del muslo se debe a una rotura fibrilar. Él asegura que uno de los dos volverá a caminar muy pronto. A diferencia de la mía, la silla de ruedas del profesor es eléctrica. Bromea con ser el primer wheelchairman que ocupa la cátedra Lucasiana. No es el humor que esperas de alguien prisionero en su propio cuerpo, aunque Troya lo estaba y ¿no lo estamos todos? El profesor sufre una degeneración neuromuscular que apenas le cede el control de los ojos y los esfínteres. La traqueotomía que le salvo la vida apagó su voz, así que se comunica gracias a un sintetizador controlado mediante movimientos oculares. La voz electrónica me sorprende diciendo haber disfrutado alguno de los fragmentos de mi diario. Otros le parecen repugnantes.

No puedo devolver el cumplido, le digo, porque no he leído Breve historieta del tiempo, ni el resto de sus libros de divulgación. Escribir un blog, empiezo a entenderlo, tiene consecuencias. Arrojo la peluca rubia sobre el escritorio y reconozco que es un pésimo disfraz, demasiado influenciado, tal vez, por las películas de colleges norteamericanas. Él me da la razón, las sandalias de cóctel no son prácticas para cruzar el campus.

Ha llegado la hora. Le anuncio que su muerte servirá de advertencia para esos científicos chiflados que andan jugando a recrear el Big-Bang dentro del nuevo acelerador de partículas.

—I-Do-Know-Who-Is-Joy-Pachinko —dice la voz electrónica, interrumpida por un revoloteo nervioso. A la derecha del escritorio veo una jaula de canarios con peana de cobre envejecido, dos pajaritos amarillos perturbados por la amenaza de mi presencia.

En 1963, continúa, a los veintiún años de edad, le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica. Los médicos pronosticaron que no tendría tiempo de terminar su doctorado. La voz neutra me explica que la amenaza, en lugar de matarlo, se convirtió en un estímulo inexpugnable. No sólo para terminar el doctorado sino para animarlo a poner en marcha sus ambiciosas investigaciones.

Le hago saber que la jeringa que sostengo en la mano contiene una sobredosis igual de estimulante, igual de ambiciosa. Es entonces cuando el profesor comienza a hablarme de los cabos sueltos de la Teoría de Cuerdas y el secreto de los agujeros negros. Sugiere que no se puede conocer al mismo tiempo la posición y la velocidad del electrón, pues al medir una alteras la otra. Esa, con pocas palabras, es la esencia del Principio de Incertidumbre de Heisenberg.

Le ruego que no me hable en chino, que yo entiendo de cosas importantes como estilo, belleza, complementos, tejidos, cortes y hechuras, y el profesor añade que sucede lo mismo en la pasarela, donde la probabilidad sustituye a la certeza, donde es imposible cambiar la tendencia sin que tienda a cambiarte a ti.

Levanto la jeringa y amenazo con silenciar su discurso. Él insiste en ir un poco más lejos: no hace falta aplicar los principios de la mecánica cuántica para observarlo, cualquier tentativa de conocimiento introduce en el sistema una acción perturbadora. ¿No me basta la prueba de los canarios asustados? ¿O la experiencia de mi Lista de Muertos? Cualquier blog provoca una alteración irreversible del espacio-tiempo. El blog es la presentación en público de hechos privados, el diario una revelación. Al recoger en palabras las modulaciones del alma, el alma conmueve esas modulaciones. ¿No he sentido cambiar el alma de Chelo Insania? ¿En qué dirección lo ha hecho desde “el despertar”?

Respondo que la muerte puede ser un rescate, y el asesinato una forma de admiración. No espero que lo comprenda, a pesar de ser mucho más inteligente que yo. Pero mientras lo digo, comprendo que debía haberme hecho esas preguntas hace tiempo. No, no soy la misma persona que escribió la etiqueta. Por primera vez en la historia de Chelo Insania, la autora de las reglas está a un paso de violarlas.

Acerco mi silla de ruedas a la jaula de los canarios y vacío la jeringa en el agua del bebedero. Uno de los pájaros se acerca para mojar el pico varias veces. Después pierde el equilibrio y cae de la barra fulminado. Stephan y yo le observamos mientras estira las patas durante largos segundos.

—What-About-Betsy-Burton —pregunta la voz sintética.

La compañera de cuarto de Betsy la encontrará atada y amordazada en ropa interior. Desnudarla no era necesario, digo, pero ya sabe que se trata de una chica muy atractiva. Y muy inteligente, según añade la voz sintética.

—What-About-Your-Fight-Against-Cancer.

Le digo que el cáncer me mata lentamente, pero mi lucha continúa. El profesor recuerda que en 1963, después del diagnóstico de su enfermedad, los médicos pronosticaron que le quedaban dos años de vida. Atrás quedan cuatro décadas de lucha y aún alberga la esperanza de tener tiempo. ¿Tiempo para qué? Para demostrar las matemáticas de la Teoría M, para aproximarnos a una Teoría del Todo...

No olvide profesor, le digo antes de salir, que su intervención puede causar interferencias.