martes, 23 de septiembre de 2008

Muerte a Parias Guiltom

Parias Guiltom acostumbra a tomar un masaje tailandés antes del desayuno: presión dactilar y posturas derivadas del yoga. La tengo a mi merced, tumbada boca abajo, encima de una camilla. Comienzo con un suave recorrido desde la espalda hasta las nalgas. Su cara no, pero me gustan sus nalgas. Le retuerzo un brazo hacia arriba, incrementando paulatinamente la presión. Cuando empieza a quejarse del dolor mi llave la tiene inmovilizada. Es demasiado tarde para advertir que la masajista que debía atenderla está atada y amordazada dentro del armario. Demasiado tarde para pedir ayuda, porque las suites del Hotel Guiltom están insonorizadas.

—What the fu*k…!?

La joya de la familia. Según el Foster’s Review, las hermanas Parias y Licky Guiltom encabezan la lista de herederos más jóvenes y afortunados del mundo. Hablamos 22 y 25 años y 3000 millones de dólares. Por otro lado, según datos de Naciones Unidas, harían falta unos 3000 millones de dólares para terminar con el hambre en el Tercer Mundo. No es que sea mi intención relacionar una cifra con la otra. Lo mío es la moda, no la economía. A pesar del disfraz de masajista, mi negocio no es la salud sino la belleza, ya lo he dicho, yo me dedico a matar.

—It hurts!

Le susurro a Parias que sería indecente abandonar la suite sin terminar con el despilfarro. Aunque hablo su idioma mejor que ella no da muestras de entender a qué me refiero. Intenta darse la vuelta, pero empujo su muñeca hacia arriba, hasta que hunde la rinoplastia en la toalla. Hora de leerle sus derechos y deberes. El single de su primer disco le da derecho a sufrir, su fondo de armario le exige el deber de extinguirse. Parias Guiltom es joven, rubia, delgada, guapa, famosa, obscena y obscenamente rica. Es la envidia de todos los que la tienen envidia, y está a punto de dejar de serlo.

—El baño está listo.

La levanto y la empujo hasta el baño turco. No me quedo con las ganas de azotarle el culo. La puerta, atrancada con un perchero de diseño. El termómetro indica F150º. Regulo la temperatura para que alcance el nivel máximo. A ver si llegamos a F451º, la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde.

Parias es buena amiga de Joy Pachinko. Parias sabe mucho de matar el hambre, matar el sueño, matar la curiosidad, matar el tiempo. Parias presume de no haber leído nada con más páginas que la carta del restaurante. Así que la siguiente media hora es para que deje de presumir y golpee el cristal con los puños mientras la devora el vapor. Tiene la mirada del chucho que no sabe por qué le pegas. Luego empieza a faltar oxígeno ahí dentro, y el chucho flaquea y se derrumba.

—Tu hermana aguantó diez minutos más.

En ese momento, llaman a la puerta de la suite. El servicio de habitaciones entra empujando un carrito. Ensalada de mango y frambuesa, té rojo, zumo de pomelo, copos de avena, una fuente de uvas y una piña decorada con menta. Todo esto somos: un montón de comida desperdiciada.

Tan pronto se marchan el camarero y su antiestética librea, me siento y recojo el diario de la mañana. En las páginas centrales, sociedad y economía. El anciano magnate de la familia Guiltom anuncia la reducción de la herencia de sus dos nietas, al 3% de la fortuna familiar, con el propósito de donar a obras de caridad el resto.

Escojo la uva más jugosa. Escupo las pipas en el plato.

Reducir la herencia está bien, pero mejor reducir los herederos.