Parias Guiltom acostumbra a tomar un masaje tailandés antes del desayuno: presión dactilar y posturas derivadas del yoga. La tengo a mi merced, tumbada boca abajo, encima de una camilla. Comienzo con un suave recorrido desde la espalda hasta las nalgas. Su cara no, pero me gustan sus nalgas. Le retuerzo un brazo hacia arriba, incrementando paulatinamente
—What the fu*k…!?
La joya de
—It hurts!
Le susurro a Parias que sería indecente abandonar la suite sin terminar con el despilfarro. Aunque hablo su idioma mejor que ella no da muestras de entender a qué me refiero. Intenta darse la vuelta, pero empujo su muñeca hacia arriba, hasta que hunde la rinoplastia en
—El baño está listo.
La levanto y la empujo hasta el baño turco. No me quedo con las ganas de azotarle el culo. La puerta, atrancada con un perchero de diseño. El termómetro indica F150º. Regulo la temperatura para que alcance el nivel máximo. A ver si llegamos a F451º, la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde.
Parias es buena amiga de Joy Pachinko. Parias sabe mucho de matar el hambre, matar el sueño, matar la curiosidad, matar el tiempo. Parias presume de no haber leído nada con más páginas que la carta del restaurante. Así que la siguiente media hora es para que deje de presumir y golpee el cristal con los puños mientras la devora el vapor. Tiene la mirada del chucho que no sabe por qué le pegas. Luego empieza a faltar oxígeno ahí dentro, y el chucho flaquea y se derrumba.
—Tu hermana aguantó diez minutos más.
En ese momento, llaman a la puerta de
Tan pronto se marchan el camarero y su antiestética librea, me siento y recojo el diario de
Escojo la uva más jugosa. Escupo las pipas en el plato.
Reducir la herencia está bien, pero mejor reducir los herederos.
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