sábado, 18 de abril de 2009

Muerte a Octafio Aveces y Adamis Buster

¿Nadie me echaba de menos? Al menos ninguno de ellos los sonámbulos. Chelo Insania vuelve a la carga armada con sus dos dagas. La más afilada se llama Dialéctica, la más puntiaguda se llama Satírica. Hará pedazos una lo que la otra no consiga ensartar. Las dagas rebanarán los párpados del durmiente, extirparán el cerebro infundibuliforme, limpiarán de restos humanos el Mundo Libre.

Cada vez que siento tristeza, decía, levanto una daga y me corto un dedo del pie, disciplina que me ha quitado los dos meñiques y las ganas de volver a llorar. Pues ¿qué creía usted, que iba ganándome la partida? ¡Pobre Tanako Sasanga! Le supero dos a uno en el marcador de amputaciones: dos meñiques lagrimados contra un índice acusador. La ventaja se la debo a Joy Pachinko, el mundo lo sabe ahora que conoce la historia de Troya. La venganza de Chelo Insania, aún regada en sangre, siempre será una uve minúscula, insatisfecha.

—¿Chelo qué? ¡Está usted mal de la cabeza! Me da igual que tenga cita para el tarot. Ahora voy a contar hasta tres, ¿vale?, y se me larga por donde ha venido, ¿vale? Uno. Dos. Dos y medio.

Octafio Aveces no es un gran vidente. Cuenta hasta tres y no acierta en su previsión. En lugar de largarme cierro por dentro la puerta de su consulta esotérica y echo un vistazo alrededor: cartas astrales, un póster del reflujo de la energía cósmica, un eneagrama, velas aromáticas con poderes curativos…

—Se me abra usted esa puerta, ¿vale? ¡Voy a llamar a la policía!

—Los Tauro sois perseverantes —digo—. Pero yo soy del signo de la doble daga.

Desenvaino a Dialéctica, la más afilada, y corto de un tajo el cable del teléfono. Desenvaino a Satírica, la más puntiaguda, y le invito a echar las cartas para que el tarot nos anuncie su propio futuro.

—No te ha salido la carta de La Muerte —digo—, y en eso tampoco has acertado. En cambio te ha salido El Loco, y se supone que la loca soy yo.

Levanto una bola de cristal que hay sobre la mesa del vendedor de crecepelos, y le aplasto las falanges de una mano que ya no va a barajar más. ¡Qué me aspen, va a desgarrarse la garganta! Se retrepa resbalando en el sillón de cuero, con las rodillas en el pecho como un niño asustado.

—Háblame del Destino, con mayúscula.

Pero en lugar de hablar, tartamudea. Su amiga Adamis Buster solía contarles a sus clientes que el futuro estaba predeterminado. Pero con ayuda de un buen místico, claro, el hombre puede “participar en su conformación”.

—A veces aciertas, Octafio Aveces. Adivina cómo voy a acabar contigo.

—¡Por favor! ¡La mano! ¡Duele! ¡Tengo miedo!

—Me parece razonable. Ahora empiezo a ver claro el futuro de las ciencias ocultas.

—¡Ay! ¿Quiere dinero? ¡Tengo mucho dinero!

—Haberlo gastado mientras estabas a tiempo. ¿Sabes dónde estuve anoche? Adivina. Anoche estuve mirando las estrellas con tu amiga la astróloga Adamis Buster. ¡Un talento deslumbrante! Le bastó un vistazo al cielo para adivinar su Destino, con mayúscula: un tren mercancías de dos mil toneladas pasando a noventa kilómetros por hora por encima de su cabeza. Aunque no fue un presagio complicado, créeme, dado que tenía el cuello atado a la vía.

Octafio Aveces me mira con ojos sobresalientes. Le presento a Satírica y la sangre salpica la mesa. Le muestro a Dialéctica y la sangre salpica la pared. El vidente se queda clavado al respaldo del sillón con los mangos de las dagas saliendo de las cuencas oculares. Un final previsible sin dominio de la quiromancia.