martes, 4 de noviembre de 2008

Muerte al Extranjero

Paseo por esta playa de Argel con el sol hiriéndome los ojos. En Merdsault han visto al ciudadano desinteresado y absurdo, en Merdsault han visto al hombre existencialista. Yo no veo nada con este sol, para mí Merdsault siempre ha sido el perfecto retrato del psicópata.

Camus supo acercar al pueblo un poco de filosofía. Nos explicó que la tragedia de Sísifo reside en la conciencia del trabajo inútil. Ésta lo asalta durante el camino que desciende la montaña, para llevarlo a volver a empujar la roca hasta la cima durante toda la eternidad. La conciencia debería salvarlo, contrariando la voluntad de los dioses, pues la conciencia por primera vez le hace dueño de su destino. ¿Un Sísifo dichoso? A cambio tenemos a Merdsault, el psicópata que respeta o quebranta normas sociales cuya dimensión moral es incapaz de comprender. El psicópata instintivo e indiferente, que desconoce las connotaciones emocionales de sus actos, que ignora las consecuencias y desprecia la memoria. Merdsault no llora la muerte de su madre porque nada importa; va a la playa y al cine al día siguiente del entierro; desea a Marie pero es incapaz de enamorarse; no siente lástima por el perro apaleado, ni pierde el apetito al oír la paliza que el vecino le da a su amante.

Ese es Merdsault, agente Tanako. Después de conocerlo, ¿sigue usted pensando que Chelo Insania es la psicópata? No conteste todavía, porque aquí llega el extranjero. Merdsault camina por la playa y ha llegado hasta este punto sin pensarlo. ¿No le parece algo sobre lo que pensar?

Merdsault encuentra al árabe tumbado, con las manos bajo la nuca y la cabeza a la sombra de la roca. El árabe, al verlo, saca del bolsillo la daga. Merdsault levanta la pistola y dispara cinco veces, los ojos ciegos de sudor y fuego. Dispara al cuerpo del árabe, o al espejismo del árabe, y comprende que ha destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que ha sido feliz. El futuro se retuerce ante sus ojos deslumbrados, al fuego de ese instante en el que el árabe acribillado a balazos se levanta. Este giro sólo es posible con un chaleco antibalas bajo la ropa. No está muerto ni herido, ni siquiera es árabe, ni siquiera es un hombre. Pero antes de que Merdsault sea capaz de encajar una sola de esta serie de sorpresas, encaja entre las costillas el filo de la daga. Dos, tres, cuatro, cinco cortes que suenan como cáscara de sandía. La pistola se hunde en la arena dorada y Merdsault abraza a su verdugo. Por primera y última vez en su vida sostiene algo sólido entre sus manos vacías.

Luego, su cuerpo se afloja para escurrirse a los pies del árabe. Ya no tiene ojos para ver el rostro transpirado de Chelo Insania, que se ocultaba bajo una peluca y una barba. ¿Qué hay de malo en anticipar la lenta operación de la justicia? Si algo sobra en este mundo son acólitos de Joy Pachinko. Lo maté, Señor Juez, porque no puedo matar la indiferencia. Lo maté porque hacía calor.